Palabra Del Aliento Para Bendecirte Hoy

Palabras de Aliento

 

¡Dios tiene fe en los Hombres!

Por Edwin Louis Cole

Siempre escuchamos acerca de que debemos tener fe en Dios, pero aquí descubrimos que Dios también tiene fe en nosotros. 

En cierta ocasión en que era más joven, visité con mi familia la región alrededor de las Cataratas del Niágara. Allí escuché una ilustración sobre la fe, que ha llegado a ser una de mis favoritas.Es la historia verídica de un equilibrista que anunció que cruzaría las cataratas caminando sobre un alambre. El día para que se realizara la hazaña llegó. Una apretada multitud se agolpaba tanto del lado canadiense como del estadounidense. Ahí estaba el alambre tendido y estirado sobre las cataratas.

De pie en el lado de Estados Unidos, el hombre gritó a la multitud:
– ¿Cuántos de ustedes creen que puedo cruzar las cataratas sosteniendo solo esta pértiga para balancearme?

Nadie respondió.

Se subió al alambre y empezó a caminar hasta el otro lado. Cuando llegó al lado canadiense, la gente gritó entusiasmada, quizá de alivio.

– ¿Alguien aquí cree que puedo hacerlo de nuevo? –preguntó a los canadienses.

Habiendo visto que lo había hecho, muchos de ellos alzaron una mano y dieron gritos de asentimiento.

Entonces volvió a preguntar:

– ¿Cuántos creen que puedo hacerlo sosteniendo esta silla?

Levantó en alto una silla, y unos pocos alzaron una mano y asintieron de viva voz.

De nuevo, cruzó el profundo barranco con su impresionante masa de agua. Los que estaban del lado estadounidense gritaron, silbaron y aplaudieron estruendosamente. Cuando el ruido se hubo aquietado, el hombre preguntó:
– ¿Cuántos creen que puedo cruzar de nuevo, ahora con una carretilla?

Esta vez la mayor parte de la gente alzó sus manos y asintió con gritos estridentes.

– Muy bien –dijo el equilibrista– ¿quién será el primero en sentarse en la carretilla?

Nadie levantó una mano. Una cosa era aplaudir a alguien que arriesgaba su propia vida, y otra muy diferente sentarse uno en aquella carretilla. Aplaudir era un acto de creer, meterse en la carretilla era un acto de fe.

El entusiasmo es una emoción; el optimismo es una actitud. La fe es una sustancia.

¿Hasta dónde es fuerte su fe? Asistir a la iglesia, cantar himnos y leer un salmo cuando todo está saliendo bien y todos lo están haciendo es una cosa; pero, ¿qué pasa cuando su carácter es probado hasta su misma esencia?
Fortalezca su fe ahora, no cuando la necesite fuerte. Prepárese para el tiempo de la prueba. Esto es como un seguro de salud: usted no compra un seguro después que ha caído enfermo, sino que lo compra cuando está bien de salud. Ahora es el tiempo. Transforme su creencia en fe, póngala en práctica.

La vida de devoción a sus creencias preparó a Daniel para el foso de los leones. Los tres jóvenes hebreos jamás habrían tenido la actitud que tuvieron sin haber estado profundamente arraigados por fe en La Palabra de Dios. Nosotros no sabemos cuán fuerte es nuestra fe hasta que seamos probados. Dios nos examina, nos prueba; nos prepara para tener éxito, no para ser derrotados.

Por importante que sea tener fe en Dios, hay un elemente de fe aun mayor: ¡Dios tiene fe en los hombres!

Nunca voy a olvidar una historia que oí hace algunos años, relacionada con la fe de Dios. Me la contó W. T. Gaston, quien era joven y dirigente en el avivamiento de aquellos días, y como tal, fue testigo ocular del suceso.
En aquel tiempo los grupos evangelísticos pietistas tenían la costumbre de que sus reuniones fueran enramadas hechas ex profeso. Se clavaban palos en la tierra, luego se tiraban alambres de un palo a otro para formar una red sobre la cual se ponían ramas que daban sombra durante el día, y cubrían del rocío durante la noche. Se clavaban tablas para sentarse al descampado y los adoradores se reunían mañana, tarde y noche. No era extraño para ellos llevar pequeñas tiendas de campaña para protegerse, y catres para dormir y poder permanecer allí hasta la hora que quisieran en cultos de oración.

En una de tales reuniones, uno de los dirigentes fue a su cama a descansar. Había estado ayunando durante diez días, y en el sopor provocado por el calor tuvo una visión.

En ella estaba de pie en el Monte de los Olivos, detrás de una gran multitud. Apenas podía ver por sobre las cabezas de la gente. Reinaba una total quietud, tan completa que ni siquiera se oía el ruido de los pies al caminar. De pronto vio la cabeza de un hombre que se destacaba por sobre la multitud. Luego vio los hombros del hombre, y finalmente el torso, y el hombre empezó a elevarse en el aire. Pasmado, siguió mirando hasta que Jesús desapareció tras una pequeña nube.

En visión estaba viendo la ascensión de Cristo.

De repente fue transportado a un lugar celestial donde vio a ángeles que venían al encuentro del Hijo de Dios. A medida que los ángeles se acercaban, oyó a uno preguntar:

– Maestro, ¿cómo van las cosas por la Tierra?
– Los hombres se salvarán –fue la respuesta.

Jesús entonces alzó sus manos, y los ángeles vieron las cicatrices en sus manos, pies y costado.

Debido a que los ángeles son espíritus ministradores, preguntaron otra vez:
– ¿Pero cómo sabrán los hombres que pueden ser salvos?

– Yo he comisionado a mis discípulos para que prediquen las buenas nuevas en todo el mundo –fue la respuesta.
Los ángeles se regocijaron, pero todavía un poco preocupados, volvieron a preguntar:
– ¿Pero qué pasará si no lo hacen?

– No tengo otro plan –fue la simple respuesta de Jesús.

Aquella era una visión, no palabra santa. Fue la experiencia de alguien en la intensidad del ayuno. Pero fíjese en lo que se dijo: Dios puso su fe en la humanidad. ¡Dios ha confiado en usted!